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viernes, 27 de febrero de 2015

Cuento infantil. Ranita, la rana

Ranita no era la única habitante de ese jardín, había caracoles, bichos bolita, gusanos, lombrices, un conejo y dos perritos. También estaban los pajaritos que hacían nido en los árboles, y mariposas curiosas que iban de aquí para allá. Los ojos de Ranita parecían aún más saltones que de costumbre, todo la maravillaba, todo le parecía lindo, a pesar de ser desconocido para ella.
Miraba las cosas con los ojos del corazón, de un corazón bueno, sencillo. Comenzó a saltar chocha de la vida dispuesta a recorrer cada rincón del jardín y hacerse nuevos amigos. Lo que la pobre Ranita no sabía era que no sería bienvenida por sus compañeros del lugar. Ninguno de los animalitos que allí vivían había visto en su vida una rana, por lo tanto no sabían bien de qué tipo de animal se trataba y aún menos cómo era Ranita por dentro más allá de su aspecto físico.

Cuento de la ranita

Tampoco les importó mucho que digamos. Todos y cada uno tenían algo que decir acerca de nuestra amiguita. Convengamos que la ranita no era muy bonita que digamos, pero en realidad ¿qué importaba eso?
- Está llena de verrugas ¡Qué asco!- dijo el caracol, a quien le costaba mucho terminar una frase.
- Me quiere imitar todo el tiempo saltando y saltando, pero no va a lograr saltar tanto como yo. ¿Vieron sus patitas? Parecen palitos de helado al lado de las mías- comentó el conejo.
-¿Y el color de su piel? Digo yo, ¿no estará medio podrida?-. Preguntó una mariposita que volaba por allí.
No sólo ningún animalito del jardín le dio la bienvenida, sino que en vez de preocuparse por conocer a Ranita y ver así si podían ser amigos, se ocuparon de criticar no sólo su apariencia, sino todo lo que hacía.
- ¡Es una burlona!-, se quejaba un gusanito- ¿No se dieron cuenta cómo nos saca la lengua?
- ¡Tienes razón! Nos burla a todos, no hace más que sacar esa lengua larga y finita que tiene ¿qué se cree?-. Agregó el conejo.
- Yo opino igual- dijo el caracol, cuyas frases nunca eran muy largas, porque si no tardaba demasiado en decirlas.
- ¿Y los ojos? ¡Parecen dos pelotitas de golf!! Para mí que los tiene tan afuera para poder mirarnos bien y burlarse mejor. Por ahí algún día se le caen vaya uno a saber-. Comentó un bicho.
- Pues si ella nos burla, haremos como si no existiera-dijo una mariposita.
Lo cierto es que Ranita sacaba su lengua a cada rato para alimentarse de insectos, como hacen todas las ranas hechas y derechas y no para burlarse de nadie. Tampoco tenía los ojos saltones para mirar a los demás, sino porque todas las ranas y sapos los tienen. Lo que ocurre, es que nadie se tomó el trabajo de preguntarle, de conocerla bien y así poder saber cómo era la ranita realmente.
Pasado un tiempito, Ranita empezó a sentirse muy solita. Intentaba hablar con sus vecinos, pero ninguno le hacia caso. La ranita quería volver a su laguna, pero por más que saltara lo más alto posible, sabía que no podría llegar hasta allí, ni salir del jardín siquiera. Dándose cuenta que no era bienvenida Ranita se metió dentro de un agujero que había en el pasto y trató de salir de allí lo menos posible para no molestar a nadie.
Llegó el verano y con él una invasión de mosquitos nunca antes vista en el jardín de la casa. Todos los animalitos se rascaban sin parar, trataban de esconderse bajo una piedra (los que entraban), los perritos en sus casas, el conejo en una cajita donde dormía, pero aún así los mosquitos avanzaban sin parar.
- ¡Esto nos va a matar!- decía el caracol dentro de su caparazón.
- ¡Ni saltando los puedo esquivar!- se quejaba el conejo.
- Menos mal que yo puedo esconderme debajo de las piedras - comentó aliviado el gusanito -, pero algún día tendré que salir a buscar comida.

Carrera de zapatillas

El  zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.
Carrera de zapatillas
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorardesesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:
- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad.
Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.
FIN
Cuento de Alejandra Bernardis Alcain (Argentina)

sábado, 21 de febrero de 2015

Láminas para trabajar las vocales











PUZZLES DE ANIMALES PARA IMPRIMIR


















El viaje de las hijas del sultán

Hubo una vez un viejo sultán preocupado porque aún no había decidido a cuál de sus hijas dejar el trono. Su amigo el visir le aconsejó:
- Ponlas a prueba. La vida es un largo viaje ¿no? Pues llévalas a un lugar remoto y que cada una viaje hasta aquí por su cuenta. Júzgalas a su vuelta por lo que hayan aprendido.
- ¿Y si algo les ocurriera?
- No se preocupe, majestad. Dejaré que les guarde y acompañe un animal de su elección.
Ara y Taira, las princesas, fueron llevadas muy lejos, y allí pudieron elegir su animal protector. Ara eligió un magnífico y poderoso tigre que no desentonaba ni con la belleza ni con el carácter valiente e impetuoso de la princesa.
- Me encanta ese tigre- dijo Taira- pero yo no lo escogería para un viaje tan largo. Los tigres son peligrosos y difíciles de controlar.
- No te preocupes, hermanita, yo sabré dominarlo- respondió Ara al emprender el camino de vuelta.
Taira pasó algún tiempo conociendo a los animales antes de elegir su compañero. Y aunque los animales bellos y exóticos le parecían maravillosos, se decidió por un perro de ojos inteligentes, simpático y bonachón, con el que se entendía a las mil maravillas.
El viaje resultó muy extraño. Cada vez que pasaban por algún pueblo o ciudad, Ara y su tigre levantaban gran admiración y eran acogidos con fiestas y celebraciones, mientras Taira y su perro pasaban prácticamente desapercibidos. Pero el resto del tiempo,cuando viajaban alejados de la gente, Taira disfrutaban de todo tipo de juegos con su perro, mientras que Ara apenas conseguía dominar la ira y la fuerza del tigre, y vivía angustiada pensando que en cualquier momento el animal pudiera llegar a atacarla. Y lo hizo varias veces, aunque las heridas nunca llegaron a ser graves.

Cuando Ara y su tigre llegaron al palacio también fueron recibidos entre aclamaciones. Al poco llegó Taira, y el visir recordó entonces al sultán:
- Ha llegado la hora de decidirse. Preguntadles qué tal fue el viaje y qué han aprendido.
- ¿Qué necesidad hay? - replicó el sultán - Mira a Ara y su magnífico tigre, tienen una imagen perfecta y todo el mundo los adora.
- Preguntadles de todas formas - insistió el visir- seguro que tienen magníficas historias que contar.
- Cierto, eso seguro... ¿Queridas hijas? ¿Qué tal vuestro viaje?
Ara apenas tuvo tiempo de responder, porque Taira se lanzó a hablar sin parar. Se le había hecho tan corto, y lo había pasado tan bien con su perro, que no dejaba de dar las gracias a su padre por habérselo regalado, y le pidió conservarlo para siempre. Y mientras Taira contaba sus mil historias, el sultán vio en lo ojos de la bella Ara una pequeña lágrima de envidia ¡se le había hecho tan largo! ¡y todo por haber elegido aquel tigre brusco y salvaje!
El visir, viendo que el sultán había comprendido, gritó con voz potente:
- Ya no hay necesidad de trucos ¡Al sal halam!
... y una nube mágica devolvió al perro y al tigre su forma humana. Eran dos de los muchos príncipes que llevaban años cortejando a las hijas del sultán. Las dos reconocieron enseguida al tigre: era Agra, el más apuesto y poderoso de sus pretendientes, del que ambas habían estado enamoradas durante años. El perro era Asalim, un joven del que apenas recordaban nada. Pero tenía los ojos y la sonrisa de su querido compañero de juegos, y Taira se lanzó a sus brazos y corrió a pedir permiso a su padre para celebrar la boda.
Agra estiró las manos hacia Ara con un sonrisa: hacían una pareja admirable. Pero en sus ojos la princesa reconoció la fiereza y agresividad que tantas veces mostró su compañero de viaje. Y no tuvo ninguna duda: perdería el trono y su amor de juventud, pero no pasaría toda su vida en compañía de un tigre al que nunca podría controlar.

La humilde flor




 Cuando Dios creó el mundo, dio nombre y color a todas las flores.
 Y sucedió que una florecita pequeña le suplicó repetidamente con voz temblorosa:
-i No me olvides! ¡No me olvides!
 Como su voz era tan fina, Dios no la oía. Por fin, cuando el Creador hubo terminado su tarea, pudo escuchar aquella vocecilla y se volvió hacia la planta. Mas todos los nombres estaban ya dados. La plantita no cesaba de llorar y el Señor la consoló así:
-No tengo nombre para ti, pero te llamarás "Nomeolvides".
  Y por colores te daré el azul del cielo y el rojo de la sangre. Consolarás a los vivos y acompañaras a los muertos.
 Así nació el "nomeolvides" o miosota, pequeña florecilla de color azul y rojo.

jueves, 19 de febrero de 2015

Hansel y Gretel



Allá a lo lejos, en una choza próxima al bosque vivía un leñador con su esposa y sus dos hijos: Hansel y Gretel. El hombre era muy pobre. Tanto, que aún en las épocas en que ganaba más dinero apenas si alcanzaba para comer. Pero un buen día no les quedó ni una moneda para comprar comida ni un poquito de harina para hacer pan. "Nuestros hijos morirán de hambre", se lamentó el pobre esa noche. "Solo hay un remedio -dijo la mamá llorando-. Tenemos que dejarlos en el bosque, cerca del palacio del rey. Alguna persona de la corte los recogerá y cuidará".


Hansel y Gretel, que no se habían podido dormir de hambre, oyeron la conversación. Gretel se echó a llorar, pero Hansel la consoló así: "No temas. Tengo un plan para encontrar el camino de regreso. Prefiero pasar hambre aquí a vivir con lujos entre desconocidos". Al día siguiente la mamá los despertó temprano. "Tenemos que ir al bosque a buscar frutas y huevos -les dijo-; de lo contrario, no tendremos que comer". Hansel, que había encontrado un trozo de pan duro en un rincón, se quedó un poco atrás para ir sembrando trocitos por el camino.


Cuando llegaron a un claro próximo al palacio, la mamá les pidió a los niños que descansaran mientras ella y su esposo buscaban algo para comer. Los muchachitos no tardaron en quedarse dormidos, pues habían madrugado y caminado mucho, y aprovechando eso, sus padres los dejaron. Los pobres niños estaban tan cansados y débiles que durmieron sin parar hasta el día siguiente, mientras los ángeles de la guarda velaban su sueño.


Al despertar, lo primero que hizo Hansel fue buscar los trozos de pan para recorrer el camino de regreso; pero no pudo encontrar ni uno: los pájaros se los habían comido. Tanto buscar y buscar se fueron alejando del claro, y por fin comprendieron que estaban perdidos del todo.

Anduvieron y anduvieron hasta que llegaron a otro claro. ¿A que no sabéis que vieron allí? Pues una casita toda hecha de galletitas y caramelos. Los pobres chicos, que estaban muertos de hambre, corrieron a arrancar trozos de cerca y de persianas, pero en ese momento apareció una anciana. Con una sonrisa muy amable los invitó a pasar y les ofreció una espléndida comida. Hansel y Gretel comieron hasta hartarse.Luego la viejecita les preparó la cama y los arropó cariñosamente.


Pero esa anciana que parecía tan buena era una bruja que quería hacerlos trabajar. Gretel tenía que cocinar y hacer toda la limpieza. Para Hansel la bruja tenía otros planes: ¡quería que tirara de su carro! Pero el niño estaba demasiado flaco y debilucho para semejante tarea, así que decidió encerrarlo en una jaula hasta que engordara. ¡Gretel no podía escapar y dejar a su hermanito encerrado! Entretanto, el niño recibía tanta comida que, aunque había pasado siempre mucha hambre, no podía terminar todo lo que le llevaba.


Como la bruja no veía más allá de su nariz, cuando se acercaba a la jaula de Hansel le pedía que sacara un dedo para saber si estaba engordando. Hansel ya se había dado cuenta de que la mujer estaba casi ciega, así que todos los días le extendía un huesito de pollo. "Todavía estás muy flaco -decía entonces la vieja-. ¡Esperaré unos días más!". Por fin, cansada de aguardar a que Hansel engordara, decidió atarlo al carro de cualquier manera. Los niños comprendieron que había llegado el momento de escapar.


Como era día de amasar pan, la bruja había ordenado a Gretel que calentara bien el horno. Pero la niña había oído en su casa que las brujas se convierten en polvo cuando aspiran humo de tilo, de modo que preparó un gran fuego con esa madera. "Yo nunca he calentado un horno -dijo entonces a la bruja-. ¿Por que no miras el fuego y me dices si está bien?". "¡Sal de ahí, pedazo de tonta! -chilló la mujer-. ¡Yo misma lo vigilaré!". Y abrió la puerta de hierro para mirar. En ese instante salió una bocanada de humo y la bruja se deshizo. Solo quedaron un puñado de polvo y un manojo de llaves. Gretel recogió las llaves y corrió a liberar a su hermanito. Antes de huir de la casa, los dos niños buscaron comida para el viaje. Pero, cual sería su sorpresa cuando encontraron montones de cofres con oro y piedras preciosas! Recogieron todo lo que pudieron y huyeron rápidamente.


Tras mucho andar llegaron a un enorme lago y se sentaron tristes junto al agua, mirando la otra orilla. ¡Estaba tan lejos! “¿Queréis que os cruce?”, preguntó de pronto una voz entre los juncos. Era un enorme cisne blanco, que en un santiamén los dejó en la otra orilla. ¿Y adivinen quien estaba cortando leña justamente en ese lugar? ¡El papá de los chicos! Sí, el papá que lloró de alegría al verlos sanos y salvos. Después de los abrazos y los besos, Hansel y Gretel le mostraron las riquezas que traían, y tras agradecer al cisne su oportuna ayuda, corrieron todos a reunirse con la mamá.

La zorra y las uvas


Había una vez una zorra que llevaba casi una semana sin comer, había tenido muy mala suerte, le robaban las presas y el gallinero que encontró tenía un perro guardián muy atento y un amo rápido en acudir con la escopeta.
Ciertamente estaba muertecita de hambre cuando encontró unas parras silvestres de las que colgaban unos suculentos racimos de doradas uvas, debajo de la parra había unas piedras, como protegiéndolas.—Al fin va a cambiar mi suerte, —pensó relamiéndose—, parecen muy dulces. Se puso a brincar, intentando alcanzarlos, pero se sentía muy débil, sus saltos se quedaban cortos los racimos estaban muy altos y no llegaba. Así que se dijo: —Para que perder el tiempo y esforzarme, no las quiero, no están maduras.
Pero resulta que si la zorra hubiese trepado por las piedras parándose en dos patas hubiese alcanzado los racimos, esta vez le faltó algo de astucia a doña zorra, parece ser que el hambre no la deja pensar.
MORALEJA:


Hay que esforzarse para conseguir lo que se desea pero pensando primero que es lo que queremos y como conseguirlo, no sea que nos pongamos a dar brincos cuando lo que necesitamos es estirarnos, y perdamos el tiempo y el esfuerzo.

El soldadito de plomo


Erase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes.
Los guardaba todos en su habitación y, durante el día,
pasaba horas y horas felices jugando con ellos.

Uno de sus juegos preferidos
era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo.
Los ponía enfrente unos de otros,
y daba comienzo a la batalla.
Cuando se los regalaron,
se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna
a causa de un defecto de fundición.

No obstante, mientras jugaba,
colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea,
delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido.
Pero el niño no sabía que sus juguetes
durante la noche cobraban vida
y hablaban entre ellos, y a veces,
al colocar ordenadamente a los soldados,
metía por descuido el soldadito mutilado
entre los otros juguetes.

Y así fue como un día el soldadito
pudo conocer a una gentil bailarina,
también de plomo.
Entre los dos se estableció una corriente de simpatía
y, poco a poco, casi sin darse cuenta,
el soldadito se enamoró de ella.
Las noches se sucedían deprisa, una tras otra,
y el soldadito enamorado
no encontraba nunca el momento oportuno
para declararle su amor.
Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados
durante una batalla,
anhelaba que la bailarina
se diera cuenta de su valor por la noche ,
cuando ella le decía si había pasado miedo,
él le respondía con vehemencia que no.

Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito
no pasaron inadvertidos por el diablejo
que estaba encerrado en una caja de sorpresas.
Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche,
un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito.

Finalmente, una noche, el diablo estalló.
-¡Eh, tú!, ¡Deja de mirar a la bailarina!
El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:
-No le hagas caso, es un envidioso.
Yo estoy muy contenta de hablar contigo.
Y lo dijo ruborizándose.

¡Pobres estatuillas de plomo,
tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor!

Pero un día fueron separados,
cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de una ventana.

-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo,
porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!-

El niño colocó luego a los demás soldaditos
encima de una mesa para jugar.

Pasaban los días y el soldadito de plomo
no era relevado de su puesto de guardia.
Una tarde estalló de improviso una tormenta,
y un fuerte viento sacudió la ventana,
golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío.
Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo,
la bayoneta del fusil se clavó en el suelo.
El viento y la lluvia persistían.
¡Una borrasca de verdad!
El agua, que caía a cántaros,
pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos
que se escapaban por las alcantarillas.
Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara,
cobijados en la puerta de una escuela cercana.
Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo
en dirección a sus casas,
evitando meter los pies en los charcos más grandes.
Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas
que se escurrían de los tejados,
caminando muy pegados a las paredes de los edificios.

Fue así como vieron al soldadito de plomo
clavado en tierra, chorreando agua.

-¡Qué lástima que tenga una sola pierna!
Si no, me lo hubiera llevado a casa -dijo uno.

-Cojámoslo igualmente, para algo servirá -
dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo.

Al otro lado de la calle descendía un riachuelo,
el cual transportaba una barquita de papel
que llegó hasta allí no se sabe cómo.

-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!-
dijo el pequeño que lo había recogido.

Así fue como el soldadito de plomo
se convirtió en un navegante.
El agua vertiginosa del riachuelo
era engullida por la alcantarilla
que se tragó también a la barquita.
En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.

Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban,
vieron como pasaba por delante de ellas
el insólito marinero encima de la barquita zozobrante.
¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo,
a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!

La alcantarilla desembocaba en el río,
y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio
empujada por remolinos turbulentos.

Después del naufragio, el soldadito de plomo
creyó que su fin estaba próximo
al hundirse en las profundidades del agua.
Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente,
pero sobre todo, había uno que le angustiaba
más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina...

De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino.
El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez,
que se abalanzó vorazmente sobre él atraído
por los brillantes colores de su uniforme.

Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse
con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red
que un pescador había tendido en el río.
Poco después acabó agonizando en una cesta
de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él.
Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito,
se acercó al mercado para comprar pescado.

-Este ejemplar parece apropiado
para los invitados de esta noche -
dijo la mujer contemplando el pescado
expuesto encima de un mostrador.

El pez acabó en la cocina
y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo,
se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos.

-¡Pero si es uno de los soldaditos de...! -
gritó, y fue en busca del niño para contarle
dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo
al que le faltaba una pierna.

-¡Sí, es el mío! -exclamó jubiloso el niño
al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.

-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez!
¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado
desde que cayó de la ventana!-
Y lo colocó en la repisa de la chimenea
donde su hermanita había colocado a la bailarina.

Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados.
Felices de estar otra vez juntos,
durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.

Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa:
un vendaval levantó la cortina de la ventana y,
golpeando a la bailarina, la hizo caer en el hogar.

El soldadito de plomo, asustado,
vio como su compañera caía.
Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor.
Desesperado, se sentía impotente para salvarla.

¡Qué gran enemigo es el fuego
que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros!
Balanceándose con su única pierna,
trató de mover el pedestal que lo sostenía.
Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego.
Unidos esta vez por la desgracia,
volvieron a estar cerca el uno del otro,
tan cerca que el plomo por las llamas, empezó a fundirse.

El plomo de la pierna de uno se mezcló con el del otro,
y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.

A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse,
cuando acertó a pasar por allí el niño.
Al ver a las dos estatuillas entre las llamas,
las empujó con el pie lejos del fuego.
Desde entonces, el soldadito y la bailarina
estuvieron siempre juntos,
tal y como el destino los había unido:
En forma de corazón.

Cuento: El búho gafitas

Asomaba la cabecita desde su casa en el tronco del árbol un búho con una carita muy divertida llamado Isidor.
Isidor trabajaba durante la noche dando las horas como si fuera un reloj para que los animalitos del bosque supieran qué hora era a cada momento.
Su gran ilusión era salir de su casa durante el día, pero sus ojitos no veían bien y tenía que conformarse con salir únicamente de noche, y abrir sus grandes ojazos que brillaban en la oscuridad.
  • Siempre me dicen que soy afortunado por tener esos ojos tan grandotes. –decía el búho.- pero no saben que, aunque son tan llamativos, no veo las cosas tan claras y lindas como la gente las ve.
Isidor salía durante la mañana pero a pocos metros se caía, y siempre decía:
  • ¡Otro tropezón, otro tropezón! Pero no me importa, sólo quiero ver el sol.
border: 0px; color: #373737; font-family: 'Helvetica Neue', Helvetica, Arial, sans-serif; font-size: 15px; line-height: 24.375px; margin-bottom: 1.625em; outline: 0px; padding: 0px; vertical-align: baseline;"> Cierto día, cansado de tropezarse y nunca poder disfrutar del sol, decidió llamar a su amiga Felisa, la ardilla, que vivía en un árbol cerca del suyo.
  • ¡Felisa, Felisa! Ven un momento, por favor. Tengo un problema y, como tú eres tan inteligente, tal vez puedas ayudarme.
  • ¿Qué te ocurre búho? –preguntó Felisa.
  • ¡Tengo tantas ganas de salir de día! Quiero ver a los animalitos que juegan durante la mañana y ver el lindo color del cielo cuando sale el sol, pero la luz lastima mis ojos y no me deja ver bien.
  • Mmm… ¡Tengo la solución! Acompáñame. –exclamó la ardilla.
Caminaron hasta llegar a la madriguera del conejo oculista. Isidor le contó su problema y el conejo le recetó unos anteojos especiales para ver de día.
¡Qué contento estaba el búho con sus nuevos anteojos! Tan contento estaba que decidió esa misma tarde salir a lucirlos por todo el bosque: sus amigos lo miraban asombrados. ¡Qué bien luce el búho!
Y así fueron pasando los días. Tanto, tanto le gustaba salir de día que cuando llegaba la noche se quedaba dormido y no podía realizar su trabajo, ya no daba las horas y sus amigos se empezaron a preocupar.
Su amiga recibía todas las quejas de los animalitos del bosque y se dispuso a charlar con el búho, le explicó que debía utilizar mejor su tiempo, de tal manera que si dormía un ratito a la mañana luego podría disfrutar de la tarde en el bosque y a la noche no se dormiría.
A Isidor le pareció justo, y desde ese día ya no descuidó su trabajo de noche y se disfrutó mucho más sus tardes por el bosque.
http://micorazondetiza.com/cuentos/el-buho-gafitas#.VHzneGffrl8

Laberintos












PARA MI NIETO ERIC CON CARIÑO

Un acto de magia

Bambi y Tambor

Bambi y Tambor

¡Hola amigo y amiga! :


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Números y colores con letra...

tabla del 2 en inglés

Tabla del 3 en inglés

TABLA DEL 4 EN INGLÉS

TABLA DEL 6 EN INGLÉS

Tabla del 8 en inglés

Encierra al gato

Ve cliqueando los círculos más claros, que se pondrán más oscuros. • El objetivo es cercar al gato y no dejarlo salir. Para empezar, hacer click en cualquier lugar del dibujo de abajo ¡ Buena suerte y mucha atención!

"EL TESORO DEL SABER"

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